Ser migrante en Tijuana es una rutina diaria

Los dos migrantes se encontraban en la puerta de la casa para mujeres y jóvenes migrantes Madre Assunta, a la espera de que abriera sus puertas, en cuya acera de enfrente ya esperaban otros para pasar a degustar sus alimentos, una rutina diaria para los que buscan llegar a Estados Unidos.

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Luego, una religiosa abrió una de las rejas para que comenzaran a pasar en orden, uno a uno, todos hombres, quienes primero se lavaban las manos y después se sentaban en unas bancas y mesas largas dispuestas a lo largo del pasillo y parte del patio.

Después en silencio recibían la ración que les era repartida por otra religiosa y también en silencio daban cuenta de la comida de ese día, consistente en algún guisado con una buena ración de vegetales y verduras.

Ese es un día más que forma parte de la rutina que viven quienes poco antes de esa hora comienzan a conglomerarse, sentados en la banqueta de enfrente de la casa de apoyo a los migrantes, mirando insistentemente hacia a sus puertas en forma de rejas.

Juan Alejandro y Enrique también esperan pacientemente a que les abran una de las puertas para ingresar a la casa, “nosotros ayudamos al quehacer y tiramos la basura y hacemos otras cosas para ganarnos la comida”, manifestó uno de ellos.

Ser migrantes aquí en Tijuana, confiaron, es tener una rutina diaria para sobrevivir, “pues no te puedes quedar todo el tiempo en un mismo lugar, o decides por quedarte o te la llevas intentando todos los días cruzar otra vez para regresarte”.

Ambos aseguraron que durante el día se dedican a buscar trabajos transitorios para sobrevivir, pues ninguno de los dos tiene documentos para aspirar a realizar una actividad digna, de planta, pese a que, aseguraron, ya lo han intentado.

Para Enrique Leos, originario de la ciudad de Monterrey, vivir en esta frontera fue opcional, pues pudo regresarse a su lugar de origen luego de que lo deportaran, hace algunos años, pero prefirió quedarse a vivir aquí.

Ahora, sobrevive de lo que puede o de las ganancias que le dejan las actividades fortuitas que logra conseguir y que le reportan algún modesto beneficio que le permite “irla pasando como puede uno, ya ve cómo está todo”.

Al cuestionarle por qué vive en la calle en lugar de acudir a algún refugio para migrantes, aseguró que esas asociaciones “nomás te dejan quedarte unos días, pero luego te tienes que salir si es que no te regresas a tu tierra o a Estados Unidos”.

Enrique aseguró que hace algunos años fue deportado de la ciudad de Houston, Texas, y al llegar a esta frontera ya no intentó regresar como indocumentado a Estados Unidos, y por inercia se quedó a vivir aquí en Tijuana.

Ahora no extraña ni su tierra ni el tiempo que pasó trabajando en Estados Unidos, en el área del aeropuerto de la referida ciudad texana, pues “ya me hice a la idea de estar aquí, y ahí la voy pasando”.

Por su parte, Juan Alejandro Ochoa, nativo de Ciudad Obregón, en Sonora, dijo haber sido deportado del estado de Minnesota, Estados Unidos hace algunos años y al igual que su compañero, tampoco desea regresar ni a su tierra ni al vecino país.

Ambos poseen aún el espíritu del migrante, porque debido a esa condición fue que llegaron aquí y a causa de ello se encuentran en estado de vulnerabilidad, lo que se manifiesta incluso cuando son molestados por las autoridades policiacas.

Sin embargo y pese a todas las dificultades diarias por las que atraviesan ambos hombres, ellos aseguran vivir “tranquilos”, sin otro problema que el continuar deambulando por las calles fronterizas en busca “de alguien que nos quiera ayudar con un trabajo”.

 

 

Fuente: Notimex