De coyote y “chacharero” a artista de Tepito

Cuando su primera esposa decidió terminar la relación y llevarse todos los muebles de cedro y caoba, Salvador Gallardo se propuso hacer su cama, mesa y sillas “de fierro”, tan pesadas que nadie pudiera volver a quitárselas.

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"Los voy hacer de fierro para ver cómo chingados se los llevan”, comenta Don Chava, como lo conocen en el barrio de Tepito, mientras desayuna un guisado de pollo que acompaña con café y una pieza pan de dulce.

Desde el segundo nivel de su refaccionaria, ubicada en Peralvillo 60-B, en la capital mexicana, Gallardo Castro recuerda con nostalgia cuando de muy pequeño, allá por 1955, venía de Azcapotzalco a Tepito para adquirir, junto con su papá, la materia prima para hacer zapatos.

“Mientras él hacia sus compras, yo recorría las vecindades y me enamoraba cada vez más porque en casi todas había talleres familiares”, cuenta el señor de 72 años de edad y, al mismo tiempo, se levanta para ir por la cafetera y ofrecer a las visitas.

Antes del “boom” de la fayuca y el contrabando, indica, en cualquier vecindad se encontraba a orfebres, talabarteros, zapateros, ebanistas, barnizadores, tapiceros o sastres. “Aquí todos tenían un oficio”, insiste.

Así, rememora su llegada a una de las colonias más populares del centro de la capital del país, en donde los lazos de hermandad, los códigos de conducta y comunicación y la sabiduría permean entre su gente: comerciantes, artesanos, boxeadores, luchadores, futbolistas, madres solteras, chavos banda y más.

Sin dejar de probar bocado, expone que desde muy joven trabajó como carnicero, zapatero, pintor y mesero del cabaret “El Pirata”, lugar donde conoció a “El Cangrejo” y “El Borrego”, dos de sus clientes que estaban dedicados a la venta de refacciones de contrabando.

"Siempre me preguntaba de dónde sacaban tanto dinero para consumir”, menciona Don Chava, al precisar que esas dos personas iban a Nuevo Laredo, Tamaulipas, a comprar cada pieza de auto a un dólar (12.50 pesos) y la ofrecían en 125 pesos.

Argumenta que él tuvo interés por aprender de ese negocio y, después de ser apuñalado en 1974 y quedarse sin empleo en dicho centro nocturno, tomó la decisión de empezar primero como “coyote” y recibir 10 por ciento por cada venta realizada.

"Desde ese año y hasta hace poco me dedique a los fierros”, apunta el señor, quien tiempo después halló su modus vivendi en los deshuesaderos, depósitos de chatarra o talleres mecánicos de las colonias Tezozómoc, Pantitlán, Tacuba, Camarones, Ignacio Zaragoza y el Bordo de Xochiaca.

Y es que Don Chava optó después por recorrer las calles de la Ciudad de México para “chacharear”. “Tuve que hacerlo, aprender y saber dónde se sacaba más dinero porque en 1966 ya me había casado por primera vez y tenía que llevar el gasto”, acota.

Su inquietud por aprender más y, con ello, evitar las burlas de sus compañeros ante su falta de conocimiento, adquirió manuales e instructivos de cajas de velocidad, suspensiones, rotulas, soportes de motor y cualquier otra pieza para estudiarlos.

“Me pareció sorprendente porque (un carro) es igual que un ser humano: cuando se le echa a perder algo, ya no camina del todo”, afirma.

También siguió el consejo que le dio su madre: “cuando no sepas hacer algo, pregunta; más vale cinco minutos de vergüenza que toda una vida de pendejo”, remarca sin dejar de reír.

“De la chachareada aprendí a tener y ofrecer lo que se vende y lo que se le descompone a cada automóvil, sin importar que sean refacciones nuevas o usadas”, acentúa Gallardo Castro, quien consolidó su negoció en un local que compartía con un zapatero en las calles de Santa Lucia y Peñón, en la colonia Morelos.

Ahí atesoró cientos de engranes, tuercas y demás piezas de fierro, sin embargo, los daños del temblor de 1985 lo obligaron a mudarse a un espacio pequeño de lámina de cartón. Después adquirió un establecimiento de café a través de un traspaso y lo adaptó para continuar con la compra-venta de refacciones en la Peralvillo.

Basura de unos, tesoro de otros

Tras un matrimonio fallido, Don Chava recibió la visita de su sobrino Roberto, profesional de la soldadura, quien le pidió trabajo en ese momento. Entonces comenzaron a diseñar y fabricar muebles -sillas, bancas, mesas, camas y cabeceras- y figuras religiosas con los engranes, tuercas, láminas y clavos que había acumulado a lo largo de los años.

"Me daba tristeza tirar al fierro viejo todo lo que junté por mucho tiempo. Son piezas tan bonitas que la ingeniería a pagado tanto por su diseño”, subraya. Se propuso además evitar llamarlas “chatarra”, sino referirse a ellas como “piezas automotrices en desuso” y conseguir los libros que lo enseñarán hacer sus muebles de fierro para impedir que otra vez se los llevaran.

En el año 2000 confeccionó su propio comedor y seis sillas que pintó de color verde esmeralda. Con ellas, logró su objetivo porque a las visitas les cuesta demasiado poder jalarlas para sentarse, empero, atraen la atención de muchos.

La cabecera de su cama está armada con la cruceta de un Ford 1946, las horquillas de un Mustang, los sincronizadores de un tráiler y autos Chevrolet, Ford y Dodge, además de las flechas laterales de un camión.

El señor Salvador denominó a su trabajo “arte utilitario” porque “de ninguna manera pueden considerarse desperdicios o basura; es la materia prima para mis creaciones”.

“Es una necesidad que cada quien tiene para transformar sus cosas (…) y, aunque alguien más quiere copiarlas, le será imposible encontrar las piezas que yo tarde años en juntar; tengo de modelos 53 y 55”, refuta al caminar por los reducidos pasillos y anaqueles repletos de refacciones.

La parte de su obra ha sido apreciada en la exposición Tepito: Arte y Oficio. Sillas de refacciones recicladas que en 2006 fue montada en el Metro Salto del Agua, como parte de las actividades del Segundo Festival Cultural Vive mi Barrio Tepito. Qué transita por tus venas.

En junio pasado, en el centro de la Ciudad de México se realizó la exposición “El artista de las refacciones de Tepito. El Corazón de México”.

"No sé cuántos años me queden de vida, quizá unos seis o cinco, (pero) quiero aprovechar para hacer una fusión de partes automotrices con madera, piel y, de ser posible, vidrio y cerámica”.

 

Fuente: Notimex