Porsche en el paraíso

La vida está intrínsecamente ligada a las playas para los envidiables isleños de Hawái. Los socios locales del Club Porsche de América no son una excepción y también disfrutan de sus deportivos en ese entorno único.

Etiquetas: 

Con su extensa capital Honolulu y la famosa base naval de Pearl Harbor, la isla de Oahu es el centro económico y cultural de Hawái. Pero si nos alejamos del bullicioso sur, también es una especie de refugio para los conductores, como atestiguan los miembros locales del Club Porsche de América.

A pesar de medir solo 64 kilómetros de largo por 42 de ancho, Oahu es una isla de una extraordinaria belleza natural, llena de coloridos bulevares, fabulosas carreteras por la costa y complicados pasos alpinos. Y cuando cae la noche, la autopista H-3 que pasa sobre las montañas Ko’olau se convierte en un lugar de perigrinaje para los aficionados de Porsche. Junto a curvas cerradas y elevaciones espectaculares, en la interestatal también encontramos el túnel Tetsuo Harano, de 1.5 kilómetros de longitud.

Los registros confirman que el primer Porsche se matriculó en Oahu en 1952, al poco tiempo de establecerse la marca en Stuttgart. Después, en el otoño de 1958, se celebró una reunión de entusiastas locales para formar un club, casi un año antes de que el grupo de islas se convirtiera en el 50º estado de EU Rufus Longmeyer, el orgulloso propietario de un nuevo 356 Super Coupé, envió una invitación para acudir a su villa de Kalama Beach y once personas se pusieron al volante de sus Porsche camino de esa primera reunión. Había cuatro Speedster y un 550 Spyder, entre otros.

Por aquel entonces existía un concesionario Volkswagen en Honolulu que se ocupaba del pequeño grupo de conductores Porsche en la isla. La mayoría de los clientes encargaron vehículos a John von Neumann, en Los Ángeles, o negociaron directamente con Alemania. Pero Ted Fukuda, un piloto de la fuerza aérea y miembro fundador del Club Porsche de América en Hawái, recogió personalmente su Super Coupé 1600 plateado de 1957 en la fábrica. Tras unos kilómetros iniciales por Alemania, lo envió a Nueva York, desde donde condujo el automóvil hasta Los Ángeles antes de enviarlo finalmente a Honolulu.

Los entusiastas de Hawái pasaron a ser parte oficial del Club Porsche de América en 1959, cuatro años después de que se fundara en Washington D.C. Las carreras de clubes se organizaban de forma regular y los aeródromos en desuso eran el escenario perfecto. Había abundantes personajes, como la piloto aficionada Loretta Richards con su 550 Spyder o el pastor Joe Dizon, que compró un Speedster dañado por solo 300 dólares. “Nadie quería el Speedster. Dijeron que debía estar loco para conducir un coche así sin protección contra el viento y la lluvia. Pero me encantó el diseño”, comentaba Dizon. Su amor fue recompensado unos años más tarde cuando pudo comprarse una nueva casa con el dinero que ganó con la venta del automóvil.

Actualmente, el club es muy activo y su presidenta Ellen Liddle se ocupa de los aproximadamente 160 miembros que lo componen. “Tratamos de organizar un evento al mes”, comenta. “Nuestro programa incluye de todo, desde el Concurso de Elegancia anual a excursiones a las otras islas para actos solidarios”. La estupenda climatología es una ventaja para el Club Porsche de América en Hawái, pero también el hecho de que en esta isla son bienvenidos los socios de cualquier ámbito, desde inversionistas inmobiliarios y gerentes de bancos hasta trabajadores de la construcción. “Estamos orgullosos de que nuestros socios provengan de una amplia variedad de entornos sociales”, dice Liddle.

Frank Dao es un buen ejemplo. Nacido en Vietnam, llegó de niño a EU en uno de los últimos transportes. Se convirtió en un apasionado de Porsche después de ver la película de los ochenta "Risky Business", donde Tom Cruise conducía un 928. “A los 20 años pensé que algún día tenía que poseer un coche parecido a este”, recuerda Dao. Y, ahora, este antiguo refugiado es propietario de un inmaculado 928 S de 1986 con 98,000 kilómetros y, además, conduce a diario un 911 Turbo S nuevo.

Mike Davis, otro socio del club, empezó su relación con Porsche a través de un Boxster de primera generación, antes de invertir en uno de los pocos 912E que se hicieron. “Porsche fue mi primer amor de colegio”, explica Davis, “y pronto supe que tenía que llevar un coche refrigerado por aire a mi garaje”. Sorprendentemente, no es el único 912E en la isla, pues otro Mike, Mike Merino, también posee uno que se ha transmitido de una generación a la siguiente.

“El Porsche 912 ha pertenecido a mi familia desde hace casi 50 años”, explica Merino. “Mi padre era un típico chico de Waikiki. Siempre tenía una tabla de surf montada en la parte trasera”. Hoy, Merino júnior continúa la larga tradición familiar de conducir su coche los domingos camino de la playa, el escenario perfecto para una reliquia hawaiana refrigerada por aire.