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Por Información Estratégica

100 días, 8 meses o 18 años: ¿qué estamos evaluando?

La idea de evaluar una administración en sus primeros 100 días se originó durante la gestión del Presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy.

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El supuesto era que la impronta de un gobierno se lograba en este periodo de tiempo, y que los cambios que no se pudieran hacer en poco más de tres meses, serían más difíciles si no es que imposibles de realizar posteriormente. La medición asumía que evaluar a la administración era evaluar al Presidente.

Hacer este ejercicio con el presidente López Obrador es una tarea un poco más compleja que el análisis convencional. Cuando se ha evaluado a otros Presidentes en el pasado era más sencillo y claro identificar lo que se evaluaba, pero con este Presidente o esta administración tenemos algunos elementos que no son comparables con otros mandatarios como el tiempo que lleva en la vida pública del país, en qué momento empezó a gobernar o lo vertiginoso de su administración.

¿Estamos evaluando al gobierno del presidente, a Andrés Manuel López Obrador, a quien hoy día ocupa la presidencia o a su gobierno? Un gobierno que para efectos jurídicos lleva 100 días, pero que para efectos prácticos en ejercicio de agenda de gobierno ocho meses, y para la memoria de la opinión pública lo ubica desde hace 18 años. La pregunta pertinente es ¿a quién o qué estamos evaluando?

Hace ocho meses Andrés Manuel López Obrador empezó a gobernar. Después del primero de julio la actividad del Presidente fue incontenible al punto que un porcentaje cada vez mayor de gente consideraba que el presidente electo era el presidente en funciones. Además de la celeridad de acciones está la velocidad con la que ha llegado a más de 80 puntos de aprobación. Este es un dato histórico en cualquier lugar del mundo. En la actualidad sólo es comparable con países que están en guerra o conflicto como Putin en Rusia o Netanyahu en Israel. En términos históricos es similar al del propio Kennedy en su momento o al de Salinas de Gortari en su mejor periodo presidencial.

A una administración convencional le toma toda su gestión o buena parte de ella llegar a este número. La sorpresa en este caso, no sólo es el número, si no la celeridad. El Presidente, como Jefe de Gobierno en la Ciudad de México llegó a tener estos porcentajes, pero le tomó casi tres años llegar a ellos. Después de una elección cerrada en la que le ganó por sólo cinco puntos a su contendiente Santiago Creel tuvo que remontar durante la mitad de su gobierno.

Más allá de qué estamos evaluando ¿Cómo podemos explicar estos altos niveles de aprobación? Se pueden identificar por lo menos cuatro elementos que explican este fenómeno: el nivel de conocimiento, la autoría intelectual de la política social, propuestas y acciones de gobierno, y símbolos o comunicación política.

Al revisar las series históricas se puede observar que desde hace 18 años buena parte del país conoce el nombre de López Obrador. Su opinión ha ido variando según acontecimientos vinculados a periodos electorales. El punto más bajo de su evaluación fue el periodo electoral de 2006, cuando cerró Avenida Reforma. Sus mejores momentos cuando fue Jefe de Gobierno y más recientemente como Presidente electo. Alguien que ha tenido presencia en la vida pública por tanto tiempo no se evalúa tanto por su último cargo, sino por su historia como persona pública.

A esto hay que agregar cómo lo conoció la población del país, y por qué lo recuerda desde hace años. Igual que cuando fue Jefe de Gobierno y ahora, su política social es su fortaleza. Hoy, la autoría intelectual de programas sociales le sigue siendo reconocida. Programas como el de adultos mayores está vigente. En su momento, de Ensenada a Chetumal la gente se preguntaba cuándo le llegaría su programa, cuando era aún un tema de política pública local. Esta autoría le fue reconocida y luego recordada cuando el gobierno federal implementó dichos programas a nivel nacional.

A ello hay que agregar que en la mayoría de los temas a debate tiene a la opinión pública a su favor, salvo excepciones. El debate de los analistas gira alrededor de la pertinencia o conveniencia de dichas propuestas de política pública, pero en la opinión pública el panorama se observa muy distinto. En la mayor parte de las propuestas el Presidente tiene a la opinión pública con él: Guardia Nacional, reducción de salarios a la burocracia, posición frente a Venezuela, construcción del tren maya o incluso la cancelación del NAICM. Las excepciones pueden ser las estancias infantiles y los refugios para mujeres que sufren de violencia, donde se observa mayor polémica tanto entre analistas como entre la ciudadanía.

Finalmente, en lo que se refiere a la comunicación política se observa innovación que ha llevado nuevamente a la polémica. No se sabe si las conferencias diarias por la mañana podrán mantenerse o seguir con el mismo formato. Lo que es claro es que el efecto ha sido positivo independientemente de si el presidente cometa errores o pueda tener toda la información. Al parecer esos temas pasan a ser irrelevantes para el ciudadano promedio frente al símbolo. Dar una conferencia las seis de la mañana significa que el Presidente trabaja desde temprano. Manejar un VW Jetta (o antes un Tsuru) significa que el Presidente es austero. Usar vuelos comerciales significa que cuida de los recursos públicos.

Y aun cuando vive en Palacio Nacional, lo hace en un departamento —igual que en Copilco hace 18 años—. De hecho, algunos de los símbolos son reciclados.

El hecho es que tenemos un presidente con niveles de aprobación inusualmente altos y con intensidad; más gente dice que participó en la elección y que votó por Morena, de la que en realidad lo hizo.


Todo ello requiere y tiene una explicación, más allá de si estamos evaluando 100 días o cualquier otro periodo de tiempo. La duda más difícil de resolver es cuánto tiempo durará y en qué utilizará todo este capital político. Por lo pronto no tenemos muchos indicadores para resolver tales incógnitas.