Chartwell Manor, la coartada perfecta de un depredador sexual de adolescentes

Cuidado con las portadas, porque si uno deduce que "Chartwell Manor", la novela gráfica de Glenn Head, es un sucedáneo punk de un internado tipo Harry Potter, se dará de bruces con un relato de terror nada gótico, los abusos que el autor y sus compañeros de clase sufrieron de un depredador sexual en serie.

Ha tenido que pasar cerca de medio siglo para que Head (1958, Nueva Jersey) pudiera estar sobrio y consciente para atreverse a abordar a calzón quitado, sin edulcorantes, el oscuro episodio que sufrió en la residencia para niños bien donde le metieron sus padres a principios de los setenta, cuando flojeaba en los estudios y su carácter era demasiado díscolo para el entorno familiar.

Aquella experiencia de violencia física y sexual cotidiana, sistemática, un régimen dictatorial instaurado por el director del colegio, Terrence Michael Lynch -con la connivencia de otros profesores-, destrozó la vida de decenas de jóvenes que pasaron por el centro, hasta que las denuncias, sepultadas durante años por una sociedad que no sabía cómo hacerles frente, les llevó ante los tribunales, a mediados de los ochenta.

"Chartwell Manor" (La Cúpula) narra el corto período -eterno para la víctima- que aquel joven Glenn de 13 años estuvo en el internado, y le acompaña luego en su descenso a los infiernos del alcohol, la sexualidad acomplejada y, sobre todo, a la incomprensión familiar frente a unos abusos que marcaron el resto de la vida del dibujante.

"¿Por qué ahora? La respuesta es simple: me tomó todo este tiempo ser capaz de manejar el material. Ser capaz de afrontarlo. 'Chartwell Manor' lleva muchos años gestándose. En realidad creo que vi la experiencia como 'material' desde que era adolescente. El aspecto de casa encantada, gótica y de pesadilla. Estaba pidiendo el tratamiento de cómic de terror", responde el autor a EFE.

La figura del director Lynch como el gurú de una especie de secta que toquetea e "inspecciona" los genitales de los alumnos en las duchas, se mete en la cama con ellos, y les castiga y golpea sádicamente para luego ofrecerles un "cariño" reparador -que ellos aceptan por ser el único (supuesto) afecto que reciben- es demoledora.

Head utiliza para estas "memorias dolorosas, fascinantes y brutalmente honestas" -en palabras del genial historietista Peter Bagge- una factura visual casi psicotrópica, alucinada, en la línea de autores del cómic 'underground' de los años sesenta y setenta.

Es esa honestidad a la hora de mostrar su lado tenebroso, fruto sin duda de la adolescencia quebrantada, uno de los aspectos que más le costaron plasmar a Head.

"El comportamiento sexual ... fue difícil mostrar eso. Mostrarme en clubes de estriptis, pagar por sexo, dibujar eso, revivirlo, traerlo a la vida en la página ... Aún así, dibujarlo, fue liberador, emocionante", confiesa el autor, que antes de iniciar el guión habló con compañeros del internado, con vidas truncadas de la misma forma que la suya.

Para Head, los años setenta fueron una época "extraña" en cuanto a sexualidad se refiere, por un lado se levantaron barreras y se rompieron ciertos tabúes -"algo bueno", apunta-, pero por el contrario no se supo fijar cómo había que afrontar los abusos, especialmente a niños y adolescentes.

"Obviamente existían, pero no había un lenguaje con el que hablar de ello. Así que era frustrante. A los estudiantes de Chartwell se les dijo que no discutieran nada de lo que ocurría fuera de la escuela. Como estudiantes éramos, en muchos sentidos, cautivos. Un dique se había roto sexualmente y un personaje como el director Terrence Michael Lynch fue capaz de explotar eso", se duele el dibujante.

Aquellas relaciones de dominación, que los jóvenes alumnos creían toleradas por la sociedad que les rodeaba, tuvieron un "impacto inmediato" en los adolescentes.

"Me mostró el sexo como un viaje de poder, una persona que utiliza a otra. Que implicaba mentira, engaño, estafa. La sexualidad se volvió demasiado para mí, como una forma de relacionarme físicamente con los demás. Se volvió clandestina", desvela.

En el libro hay un claro ajuste de cuentas con sus padres, a los que de forma implícita acusa de haber mirado hacia otro lado ante el infierno que era Chartwell, y que luego quisieron pasar página, que olvidara el pasado, cuando el clamor por las denuncias llegó a las portadas y a los tribunales, con un Glenn ya adulto, pero arrasado por el alcohol y una extraña sensación de culpa y vergüenza.

"Siempre me sentí solo dentro de mi familia. No les conté nada de lo que me pasó. No habrían querido saberlo" se lamenta Head a sus 62 años, tras muchas sesiones de terapia y alejado hace tiempo de aquel entorno.

Head asegura que esta novela gráfica ha sido lo más reconfortante que ha hecho en su vida: "Dibujar a Lynch mintiendo, engañando, estafando, molestando, golpeando... y luego enviándolo al infierno ¡Qué divertido! Soy un artista de cómic y busco grandes personajes, grandes historias, algo con contenido emocional. Obviamente, este libro tiene todo eso".

Eso sí, si tuviera delante a Lynch, fallecido en 2011, tras pasar 14 años en prisión, "no querría tener una conversación con él", confiesa.

"Sencillamente le diría: 'lo que hiciste estuvo muy muy mal, dañaste a mucha gente. Ellos no se lo merecían". Pero no necesitaría ningún diálogo más con él. He dicho todo lo que necesitaba en las páginas de este libro", concluye.