El cruel ensañamiento de la junta militar birmana con los jóvenes disidentes

Detrás de las cifras de casi 5,000 detenidos por las fuerzas de seguridad birmanas desde el golpe de Estado militar del 1 de febrero, se esconden historias de torturas brutales hasta la muerte, de miles de arrestos que se convierten en desapariciones y sumen a las familias de las víctimas en una angustiosa incertidumbre.

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Hlyan Phyo Aung, un estudiante de ingeniería de 22 años que se ha convertido en el símbolo de la brutalidad de la junta, tiene la suerte de poderlo contar, a diferencia de otros miembros del movimiento de desobediencia civil que terminaron engrosando la lista de 783 muertos a manos de la junta, de acuerdo con los datos de la Asociación para la Asistencia de Presos Políticos (AAPP).

El joven participó a finales de marzo en una protesta pacífica en la localidad de Magway que fue disuelta por los militares con gas lacrimógeno y granadas de aturdimiento. Mientras trataba de huir, una explosión lo tiró al suelo y se encontró rodeado de militares armados y con la mano ensangrentada y parcialmente amputada.

Uno de los soldados le disparó en la mano herida, que terminó de desprenderse de su brazo, y la paliza continuó con disparos de balas de goma en su otra mano, patadas y puñetazos en la cara y tiros en las piernas, según relataron testigos al periódico Myanmar Now.

Si todavía lo puede contar es porque algunos de sus compañeros en las protestas se abalanzaron sobre su cuerpo para protegerlo y recibieron los golpes en su lugar, hasta que el revuelo formado obligó a los militares a parar y a trasladar a los heridos a un hospital militar.

Acusado de violar el artículo 505a del código penal por incitación a la rebelión y todavía convaleciente, el joven estudiante ha perdido la mano derecha y tiene la izquierda dañada, se ha quedado ciego de un ojo y tiene lesiones graves en una pierna en la que recibió seis disparos.

Con su futuro como ingeniero en suspenso por las lesiones sufridas, Hlyan Phyo Aung corrió mejor suerte que decenas de personas que mueren por las palizas y los disparos recibidos durante las protestas o por las torturas que les infligen en los centros de detención.

SIN LOS ÓRGANOS INTERNOS

El último caso que conmocionó al país fue el del poeta Khet Thi, que falleció a las pocas horas de ser arrestado por sus versos críticos con los militares y cuyo cuerpo, según el servicio birmano de la BBC, fue devuelto a la familia sin sus órganos internos.

Su esposa, Chaw Su, y él fueron llevados el sábado a un centro de interrogatorios en la localidad de Shwebo, pero mientras ella fue liberada, él no salió vivo de su detención.

"No regresó, solo su cuerpo. Me llamaron por la mañana y me dijeron que podría verlo en el hospital de Monywa (una ciudad cercana). Creía que era por un brazo roto o algo así, pero cuando llegué allí ya estaba en la morgue y le habían sacado sus órganos internos", contó la mujer.

"Disparan a la cabeza, pero no saben que la revolución está en el corazón", había escrito el poeta días antes en su página de Facebook.

La AAPP señaló en su informe que el poeta, de 45 años, murió en el hospital tras ser torturado durante el interrogatorio, mientras que el Ejército alegó que había sufrido un problema del corazón.

DIFUSIÓN DE IMÁGENES

El ensañamiento adquirió una nueva dimensión el pasado abril, cuando el canal de televisión MRTV, controlado por el Ejército, difundió las imágenes de cuatro hombres y dos mujeres con claros signos de tortura.

La madre de una de las víctimas, una joven bailarina, expresó entonces a los medios su angustia al ver la imagen desfigurada de su hija, de la que ni ella ni sus amigos han tenido noticias desde entonces.

"Esta junta hace de la tortura su política. Si la comunidad internacional no actúa, la tortura y la muerte continuarán claramente", advirtió entonces la AAPP.

Para Phil Robertson, subdirector de Human Rights Watch (HRW), "la junta birmana ha regresado a los viejos días de dictaduras militares pasadas, cuando las desapariciones forzosas y las torturas bajo custodia eran lugares comunes".

Robertson calificó en un comunicado enviado a Efe de "intolerables e inaceptables" los abusos de derechos humanos sistemáticos contra manifestantes del movimiento de desobediencia civil por parte de la Policía y el Ejército y exigió "que terminen ahora mismo".

"Es necesaria una presión internacional masiva contra la junta para detener estas graves violaciones y asegurarnos de que quienes las cometen respondan ante la Justicia", afirmó.

El Ejército birmano justifica el golpe de Estado por un supuesto fraude electoral en los comicios del pasado noviembre, en los que arrasó el partido de la nobel de la paz Aung San Suu Kyi, como ya hiciera en 2015, y que fueron considerados legítimos por los observadores internacionales.