El desencanto con la política tradicional encumbra en Israel a Yair Lapid

La sorprendente irrupción como segunda fuerza política del recién creado partido Yesh Atid del hasta hace poco periodista televisivo Yair Lapid refleja el desencanto de buena parte de la sociedad israelí con los políticos tradicionales.

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El líder del partido Yesh Atid, Yair Lapid, posa para los fotógrafos en su casa de Tel Aviv, Israel.

Una semana después de su inesperado resultado en los comicios del 22 de febrero, los analistas se siguen preguntando cuáles han sido las claves de su éxito, que le ha encumbrado hasta el papel de fuerza clave del próximo Ejecutivo israelí.

Reconvertido en político de la noche a la mañana, esta ex-estrella televisiva de 49 años, pelo canoso y porte robusto -que delata largas horas de gimnasio practicando kárate-, no cuenta con experiencia política alguna, pero todos coinciden en destacar su afinada habilidad de comunicador.

Entró en política el año pasado como alternativa de centro, sin una ideología clara y con el principal mensaje de que las obligaciones nacionales deben ser repartidas por igual entre todos los ciudadanos para fortalecer a la debilitada clase media, la única capaz de garantizar la continuidad de Israel como Estado.

Y el resultado electoral refleja que ha sabido aglutinar, no sólo al votante harto de una clase política corrupta, sino al ciudadano indignado con la disparidad social, la precariedad de la vida y el orden establecido, además de al anticlerical.

No es por ello sorprendente que muchos israelíes se hayan decantado por este nuevo prestidigitador político, quizás más por las ganas de creer en sus promesas que en su experiencia, capacidad o herramientas para hacerlas cumplir.

Su estratega de campaña, Mark Mellman, considerado uno de los consultores políticos más importantes de Estados Unidos, cree que uno de los éxitos de Lapid fue centrarse prácticamente en un único mensaje, el de erigirse en defensor de los intereses de la clase media.

"Es un trabajador sorprendente, increíblemente listo y tiene un sentimiento intuitivo sobre la clase media israelí. También fue una super-estrella, con lo que todas esas cosas juntas hacían que las posibilidades fueran evidentes desde el comienzo", declaró Mellman al diario "Haaretz".

Otro de los triunfos de su campaña fue el de centrarla en internet, especialmente en los últimos días, donde su apoyo se incrementó, según se desprende de los últimos sondeos que le daban 12 diputados y en los que uno de cada cinco votantes se mostraba indeciso.

Lapid parece haber atraído al electorado desilusionado con el primer ministro, Benjamín Netanyahu, al igual que a una izquierda encolerizada con el elevado coste de la vida.

No es casual que en su lista incluyera a representantes de la protesta social que irrumpió hace 18 meses en Tel Aviv y rápidamente se extendió por todo el país, desembocando en septiembre de 2011 en la mayor manifestación social registrada nunca en Israel, con la asistencia de cerca de medio millón de personas.

A pesar de que Lapid proviene de una familia israelí de clase alta -es una celebridad e hijo de un ex ministro y líder de un partido anticlerical de centro- se ha presentado como un defensor a capa y espada de los derechos de la clase media.

Entre las prioridades de su agenda, la de acabar con la creciente influencia de los ultra-ortodoxos, que no prestan el servicio militar ni aportan a la hacienda pública por dedicar su vida a la Torá.

En ese sentido, Lapid ha recogido la frustración del sector laico israelí, que ve amenazada cada vez más su existencia, especialmente en ciudades como Jerusalén.

Su principal mantra, "compartir la carga" o las "obligaciones" de Estado, hace referencia explícita a la exención de ir a filas de los ultra-ortodoxos (haredim, en hebreo), pero también es un eufemismo que alude directamente a la acérrima puja entre seculares y religiosos, una batalla que los primeros consideran haber perdido en muchas esferas.

Los haredim representan cerca del 10 por ciento de la población judía -hace una década eran el 6 por ciento-, un crecimiento demográfico que se refleja en una influencia cada vez mayor en el gobierno, las instituciones y la calle.

Esta situación ha hecho surgir voces en contra de la segregación por sexos en autobuses, calles o comercios y llamamientos para acabar con las diferencias en materia educativa y con el monopolio religioso en la vida civil en cuestiones tales como el matrimonio, el divorcio, las conversiones o las adopciones.