La ofensiva en Gaza, un infierno para los civiles de ambos bandos

Yalil al Nadi estaba oculto con su familia en un pequeño apartamento de un quinto piso cuando la guerra impactó con toda su violencia en Gaza. La única luz era la de las velas, el lugar no tenía electricidad desde hacía tiempo.

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Del transistor salían las voces convulsas de los moderadores de las emisoras palestinas. "Sobre nuestras cabezas oíamos el rugido de los jets de combate israelíes, el zumbido de los drones, las explosiones de las granadas", cuenta Al Nadi, un padre de familia de 52 años.

"Y mientras el ruido de la batalla retumbaba a nuestro alrededor, en la radio oíamos permanentemente más noticias de civiles muertos. ¡Qué vida miserable!", se queja.

Gaza seguía desierta hoy. Nadie se atrevía a salir a la calle, sólo de a ratos se oía el aullido de sirenas de ambulancia en una ciudad con 600,000 habitantes.

En la noche anterior Israel había lanzado su temida ofensiva terrestre contra la estrecha franja costera palestina.

El operativo se llevó a cabo con el arsenal completo de un ejército muy moderno: aviones, helicópteros de combate, obuses, barcos de guerra.

"Los últimos tres días recibí llamadas automatizadas en mi teléfono celular de los israelíes, en las que me conminaban a dejar mi casa", cuenta Mohamed al Fayumi, un padre de ocho niños.

"Las ignoré hasta ahora, pero lo de anoche fue delirante. Las granadas de artillería explotaron muy cerca de nuestra casa", agregó.

Cientos de personas huyeron esa misma noche del barrio de Saitún. La Media Luna Roja evacuó hoy por la mañana a Fayum y su familia, que se refugiaron en casa de la hermana de él en el barrio de Rimal, más alejado de la zona de combates.

Unas 25 personas murieron en Gaza durante la primera ola de ataques. Entre las víctimas hubo muchos niños, una triste prueba de que los operativos militares en una de las zonas urbanas más pobladas del mundo siempre golpea de forma inmisericorde a los civiles.

Israel justifica la operación con la necesidad de defender a su propia población civil, expuesta a los ataques con cohetes y obuses de radicales palestinos. En los últimos tiempos se sumó a ello la amenaza de comandos palestinos que intentan llegar a territorio israelí por túneles clandestinos.

En Ein Hachlocha, un kibbutz ubicado a sólo 2.5 kilómetros de la frontera con Gaza, se podía ver hoy un enorme agujero en el tejado de la casa de una anciana de 84 años. Y bajo una capa de polvo su foto, con el marco de cristal roto. Ceniza blanca cubría el suelo del salón de la casa.

La mujer, por fortuna, no tuvo que ser testigo directo de la destrucción. Cuando el proyectil impactó en su casa en la noche del jueves, sus familiares ya se la habían llevado tierra adentro.

Pero Dany Cohen, otro habitante del kibbutz, no puede ocultar su rabia. "¿Quién puede esperar de nosotros que vivamos así?", dice. Incluso en momentos de paz llueven cohetes en la región, asegura, en los últimos días se contaban ya por decenas.

El kibbutz vive de la agricultura, la mayoría se dedica a cultivar tomates, pimientos y aguacates. Pero desde el comienzo de la operación militar nadie se puede dedicar a esa actividad, cuenta Cohen, por el peligro de ser alcanzado por un cohete.

Los habitantes de Ein Hachlocha ya no temen sólo a los proyectiles y los obuses en los últimos tiempos. La mayor preocupación de Cohen es otra desde que el jueves 13 extremistas llegaran al kibbutz de Sufa, a unos 15 kilómetros, a través de un túnel subterráneo.

"Me puedo proteger de los cohetes si sigo instrucciones", cree Cohen. "Pero ahora tenemos miedo a que aparezcan terroristas de la nada. Eso no es normal", sentencia.

Ése es uno de los motivos por los que la mayoría de israelíes apoyan la ofensiva terrestre en Gaza. "El ejército tenía que haber entrado ahí mucho antes", dice Cohen mientras se oye un estallido en el cielo. A lo lejos se ven columnas de humo. La localidad palestina de Jan Yunis está al alcance de la vista desde el kibbutz. (DPA)