La pandemia, el colmo de los males de Somalia

Pese a la pandemia, el bullicio no cesa en las calles de Mogadiscio, casi ajena a la realidad: mientras muchos somalíes esconden a sus familiares enfermos en las casas porque no quieren que sean discriminados, el único hospital de la capital habilitado para tratar el coronavirus ya está saturado.

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Somalia cuenta con más de 2,200 casos y unas 80 muertes por COVID-19 hasta la fecha, números superiores a todos sus vecinos y que podrían ser incluso mayores puesto que se han realizado pocos test de detección.

"La gente tiene miedo de revelar que son positivos porque sentirían vergüenza en público y por eso no tenemos una cifra real de enfermos", explica a Efe el médico somalí Mohamed Abshir.

En la calle, donde los viandantes caminan desprovistos de mascarillas, en general reina una cierta normalidad. "Desde que el Gobierno impuso el toque de queda (para contener el virus), nuestros negocios siguen funcionando, pero nuestras ventas diarias están bajando, por lo que acaba impactando en nuestros bolsillos", confiesa Abshir Gab, un comerciante de Mogadiscio.

La mayoría de los habitantes de la capital somalí, donde residen 2.5 millones de personas, vive ajena al virus, sobre todo la población asentada desde hace años en las afueras, llegada tras perder cosechas por la sequía o la lluvia o huyendo de ataques yihadistas y conflictos intercomunitarios.

"Dependíamos de trabajos diarios casuales para obtener un ingreso cada día, pero las grandes tiendas han cerrado por el coronavirus", dice a Efe la desplazada Maruan Sheikh Adan.

La buena noticia es que en los mercados han logrado estabilizar los precios de los productos básicos y las medicinas, después de que el Gobierno impusiera una excepción de impuestos a los bienes importados. Esto permite a las familias poder seguir comprando al mismo precio.

La mala, que Somalia cuenta con uno de los sistemas sanitarios más precarios del mundo, lastrado por décadas de conflicto.

UN SOLO HOSPITAL PARA LA COVID-19

A pesar de que poco a poco se empiezan a confirmar más casos en el resto del país, a medida que se habilitan nuevos centros para testar en regiones como Puntlandia o la autodeclarada independiente Somalilandia, Mogadiscio es la "zona cero" de la epidemia.

El alcalde de la capital, Omar Filish, elevó a principios de mes el número de muertes a más de 500, cifra que atribuyó a los testimonios de médicos, sepultureros y las propias familias.

Según Filish, las autoridades sanitarias registran entre 17 y 49 muertes diarias desde el 19 de abril, aunque los números oficiales apenas llegan, como máximo, a cinco muertos al día.

"La situación está al borde de una espiral de descontrol. Estamos viendo cómo se expanden masivamente los contagios comunitarios en un país que no es capaz de gestionar a varios enfermos a la vez", lamentaba recientemente el director para Somalia del International Rescue Committee (IRC), Richard Crothers.

El sistema sanitario, que sólo cuenta con una veintena de camas para cuidados intensivos y 19 ventiladores, depende casi por completo de organismos internacionales y ONG locales.

El ejemplo más claro es el único servicio de ambulancias gratuito, Aamin, el más fiable cuando un atentado sacude la capital y que estos días dedica sus 20 vehículos a ayudar en la pandemia.

"La gente nos llama al 999 y les hacemos varias preguntas. Si se pueden quedar en casa, les pedimos que se queden, pero si no pueden, les llevamos al hospital", cuenta a Efe el director de Aamin, Abdulkadir Adan.

Los trasladan al hospital de Martini, el único preparado para tratar la COVID-19, que ya acoge más pacientes de los que permite su capacidad, asegura Abdifatah Ayub, uno de los miembros del comité para la gestión de la epidemia en Somalia.

"Estamos haciendo lo mejor que podemos para contener el virus", comenta a Efe el subgerente de este hospital, Mohamed Abshir.

UNA VENGANZA CONTRA LOS INFIELES

Para convencer a la población de algo, en Somalia, como en otras partes de África, tienes que tener de tu parte a los mayores, figuras muy influyentes en la comunidad, y también a los clérigos musulmanes.

"Los clérigos en Mogadiscio al principio eran reticentes a cerrar mezquitas y al toque de queda y forzaron al Gobierno a retroceder. Es Ramadán, la gente sigue yendo a las mezquitas", explica el analista independiente somalí Abdullahi Abdille Shahow.

Son una parte vital para combatir bulos como que el coronavirus no afecta a los africanos o que tomar el sol matinal cura la enfermedad. Bulos que, por otra parte, han repetido en los sermones de los viernes imanes afines al grupo yihadista Al Shabab.

En feudos de Al Shabab, el clérigo Fuad Mohamed Khalaf, conocido como Fuad Shongole, reitera a sus fieles que el coronavirus es "un castigo de Alá a los infieles por su maldad y por oponerse a la implementación de la sharia (ley islámica) en tierras musulmanas".

A finales de abril, el portavoz del grupo terrorista (que controla casi toda la Somalia rural del centro y sur del país), Ali Dhere, reconocía por primera vez la enfermedad, alegando que es un problema extranjero del que tampoco habría que preocuparse tanto.

Mientras el Gobierno somalí utiliza el Corán a su favor para hablar de la importancia de lavarse las manos, Al Shabab lo usa para culpar al Gobierno y a la fuerza de la Unión Africana (AMISOM), en cuya base se detectó el primer contagio de COVID-19 el 16 de marzo.

Las escuelas coránicas de estas zonas, atestadas de estudiantes, siguen abiertas y las mezquitas son el sitio al que acudir, según Dhere, al menos dos veces al día.

"Es difícil prever cómo van a actuar", señala Shahow, quien, sin embargo, recuerda qué hicieron durante la gran hambruna de 2011, que causó más de 250,000 muertos. "Al Shabab -evoca- no dejó a las organizaciones humanitarias llevar ayuda a su territorio".

LAS OTRAS AMENAZAS

De momento, las visitas médicas en otras zonas han descendido, un hecho que Médicos Sin Fronteras (MSF) ha advertido en varios de sus proyectos en zonas como Baidoa (suroeste) o Galkayo (norte-central).

"No podemos asegurar por qué, pero podría ser por miedo de la población a ir a los centros de salud, restricciones o incluso rumores de lo que te puede pasar si contraes la COVID-19", explican a Efe desde la organización médico-humanitaria.

El coronavirus es el último invitado a un cóctel digno de película apocalíptica: terrorismo, hambrunas, una espiral de sequías e inundaciones y una plaga de langostas que se resiste a abandonar el país del Cuerno de África.

"Años de violencia y de ciclos de sequías e inundaciones han dejado a más de cinco millones de personas en necesidad de ayuda humanitaria y les ha obligado a huir de sus casas", explica el director para Somalia del IRC, quien habla, como tantos otros, "de la posibilidad de una nueva situación desesperada".

Las recientes lluvias e inundaciones han provocado una nueva ola de desplazamientos, con 200,000 personas afectadas y la amenaza de más casos de malaria y cólera. Y nada invita al optimismo,

Como augura el jefe de MSF para Somalia, Gautam Chatterjee, "las mujeres seguirán pariendo, los niños seguirán poniéndose malos por desnutrición y los pacientes de enfermedades crónicas seguirán necesitando medicación. Y todo eso ocurre en un momento en que la capacidad de respuesta humanitaria se comprime a nivel mundial".