Por qué la palabra del año 2019 no es una palabra

Porque han llegado para quedarse, porque todos los empleamos con naturalidad en las conversaciones más espontáneas del día a día, porque conviven en armonía integrados en nuestra lengua y porque el español no debe temerle nunca al progreso, la Fundéu ha querido que en 2019 los emoticonos y emojis ocupen el lugar de su palabra del año.

Las lenguas no deben temerle al progreso. A lo largo de su historia, el español se ha adaptado a los cambios tecnológicos de cada época y estos, lejos de minar su integridad lingüística, han servido para fortalecerlo y para ensanchar sus fronteras.

Desde la invención de la imprenta hasta las redes sociales, el español y sus hablantes han sabido y saben convivir con los cambios y aprovechar las nuevas formas de difusión y comunicación en todas sus vertientes. Si las lenguas no deben temerle al progreso, ¿por qué habríamos de temerle las instituciones que velamos por ellas?

Comunicar no es solo combinar palabras de acuerdo con unas normas gramaticales. Muchos otros elementos hacen posible que cada día nos entendamos: la entonación, los gestos o el conocimiento compartido del mundo, por citar solo unos pocos factores, son tan importantes como las mismas palabras que empleamos o las normas que rigen su concordancia. En cuántas de nuestras conversaciones un movimiento, un guiño o el propio tono de nuestra voz dan a entender una ironía, una broma, un sentido oculto…

No todas las lenguas, además, se basan en combinaciones de palabras tal y como las conocemos en español. Los sinogramas del chino o los silabarios del japonés, los pictogramas e ideogramas han servido, y sirven, como forma de comunicación en culturas milenarias y prestigiosas que llegan hasta nuestros días.

CONCISIÓN Y UNIVERSALIDAD

Además, y más allá de su estricto valor como piezas léxicas, hay símbolos cuya concisión y universalidad son, en ocasiones, la forma más rápida y directa de comunicar un mensaje de importancia: señales como peligro, la forma de un stop, los círculos verde y rojo de un semáforo, los gráficos o algunos símbolos… se descodifican al instante en casi cualquier parte del mundo y son, de hecho, una forma increíblemente eficaz de transmitir sencillas pero importantes indicaciones.

Todos hemos recurrido en alguna ocasión al mantra popular de que una imagen vale más que mil palabras. Las palabras, con todo su potencial, se nos quedan cortas a veces o, simplemente, son más lentas que la imagen (probemos a intentar explicar con palabras lo que es una simple esponja…, quizá lo más rápido es enseñar una cuando la tenemos a mano).

La rapidez de la imagen no es un argumento desdeñable, la velocidad importa hoy más que nunca y en las conversaciones cotidianas la máxima de la economía lingüística se cumple a rajatabla.

Comunicar la mayor cantidad de información en el menor tiempo posible, con el menor coste posible, hace que todos recurramos diariamente a esos pequeños elementos que, al alcance de nuestra mano y nuestros dedos, condensan gran parte de lo que queremos decir en el espacio que ocupa tan solo un carácter.

Los emoticonos o emojis hacen que se tarde menos en insertar una pequeña mano con un pulgar hacia arriba que en escribir «sí, de acuerdo» y que se comunique exactamente lo mismo.

UNA AYUDA EN NUESTRA COMUNICACIÓN DIARIA

Pero no se trata de que los emoticonos y los emojis vayan a venir a robarle palabras al español, ni de que en el futuro todos acabemos hablando solo con estas piezas, estas pequeñas unidades de significante, de forma, y de significado, de sentido. Se trata de que son una ayuda en nuestra comunicación diaria. Cuando escribimos a otra persona que no tenemos cerca, los emoticonos ayudan a suplir toda la pragmática que compartiríamos si estuviéramos en el mismo lugar. Ayudan a comunicar todo el contenido suprasegmental: la entonación, por ejemplo; los gestos, la carita sonrojada que insertamos en WhatsApp después de disculparnos…

En la Fundéu sabemos que nadie que compitiera contra el futuro ganó nunca ninguna batalla. Por eso, lejos de censurar el uso de los emoticonos o de restringirlo a contextos poco formales o cultos, este año hemos publicado una recomendación con consejos para aprender a emplearlos adecuadamente. Enseñar, más que censurar, guiar, más que prohibir, son tareas que están en el corazón de nuestra labor.

La tecnología seguirá trayendo más cambios y novedades, hagamos que el español tenga el músculo entrenado, que esté receptivo y dispuesto a descubrir todo su potencial y no sentado como un espectador desdeñoso de los cambios. Porque esta, y ninguna otra, es la forma de asegurar una vida larga y plena a nuestra lengua.