Japoneses que participaron en la revolución mexicana

El final del año de 1910 representó para México una etapa de grandes contrastes. Por un lado, en el mes de septiembre, los festejos del primer centenario de la independencia mostraban a un país unido, moderno, lleno de alegría y patriotismo como lo deseaba el presidente Porfirio Díaz que por más de 30 años había gobernado con mano firme. El “grito de independencia”, el grandioso desfile, los grandes monumentos como el Hemiciclo a Juárez y la Columna de la Independencia parecían dar la razón al anciano dictador.

Por otro lado, los fuegos artificiales  con los que el pueblo había festejado su independencia se transformaron, el 20 de noviembre, en verdaderos estruendos de las armas y los cañones. ¡La Revolución había iniciado¡ Detrás del México moderno que los invitados extranjeros vieron a lo largo de todo el mes de septiembre en fiestas y banquetes que Don Porfirio les ofreció,  se escondía un país lleno de injusticia y de contrastes que el periodista norteamericano John Kenneth Turner había mostrado en la serie de reportajes que realizó en México en 1908  y que posteriormente reuniría en su famoso libro denominado “México Bárbaro”.

En esos escritos, Turner narró cómo vivían miles de campesinos en estado de esclavitud en las haciendas de Valle Nacional, Oaxaca, donde cultivaban tabaco. Muy cerca de Valle Nacional, se encontraba una plantación productora de azúcar denominada “La Oaxaqueña”,  propiedad de empresarios norteamericanos. A este lugar habían llegado cientos de trabajadores japoneses enganchados por compañías japonesas, como la Kumamoto Imin Gaisha, que enviaron a decenas de miles de trabajadores a América.

Las condiciones de trabajo en “La Oaxaqueña” no eran diferentes a las de Valle Nacional. A pesar de que los trabajadores japoneses no estaban esclavizados pues tenían un contrato donde se especificaba el salario y las horas de trabajo, el mismo realmente no se cumplía por los patrones. Los emigrantes que empezaron a llegar en el año de 1906 a la plantación no solo tuvieron que soportar los bajos salarios y las extenuantes horas de trabajo. Los males mayores fueron las temperaturas que sobrepasaban los 40 grados y las condiciones insalubres del lugar. Un mosquito, trasmisor del paludismo, sería en realidad el causante de las primeras muertes que se empezaron a presentar entre los japoneses. La fiebre y los vómitos que la enfermedad traía, cobraron múltiples víctimas que fueron enterradas en el cementerio que se improvisó en la misma hacienda ante el incremento de los decesos. (1)

Ante esta terrible situación laboral, muchos emigrantes desertaron y huyeron como fue el caso de Zenzo (José) Tanaka y un grupo de trabajadores que abandonaron la plantación  y se treparon en el primer tren que pasó para dirigirse al norte del país donde se establecerían y después de  muchos años de trabajo y ahorro pudieron realizar el sueño de abrir sus propias tiendas y comercios.1

En las minas del norte de México, las condiciones de insalubridad eran semejantes o peores que las de las haciendas. En Coahuila, en la mina de carbón “Las Esperanzas”, lo único que podían esperar los mineros eran las explosiones y derrumbes en los socavones que llevaron a que varios mineros japoneses fallecieran. En el estado de Sonora, en la famosa mina de Cananea, los trabajadores realizaron una de las más importantes huelgas en el año de 1906 con el fin de mejorar sus salarios y condiciones laborales. Las protestas fueron acalladas a fuego y sangre  y mostraron el descontento contra las grandes empresas extranjeras  y contra el gobierno dictatorial del general Díaz que las solapaba. En esta mina también trabajaron un grupo importante de trabajadores japoneses, de entre ellos los hermanos Tanjiro y Keizo Kano.

A pesar de la partida del país del expresidente Díaz al año siguiente, la lucha no cesó, extendiéndose la guerra civil a casi todo el país. Las afectaciones que tuvieron que enfrentar los japoneses hicieron que la Legación japonesa protestara ante el gobierno mexicano que se comprometió a resguardar la vida y las propiedades de los emigrantes, promesa que no podía cumplir. En el norte de México,  la guerra fue particularmente encarnizada por lo que el gobierno japonés se vio obligado a enviar a un  diplomático, Shotoku Baba, con el propósito de hablar de manera directa con el general Francisco Villa para solicitarle de manera amistosa protegiera la vida y las propiedades de los emigrantes que vivían en Chihuahua.

Algunos de los emigrantes se incorporaron a los ejércitos revolucionarios que se crearon en distintas regiones. Por ejemplo, Tsuruo Nishino cuenta que fue cocinero del propio Pancho Villa. Shinzo Harada, quien había llegado como instructor de judo durante el gobierno del presidente Díaz, cuando éste fue derrocado, enseñó artes marciales  a los soldados de los ejércitos de Venustiano Carranza, Emiliano Zapata y Francisco Villa. El propio Zenzo Tanaka, quien huyó de “La Oaxaqueña”, se sumó al Ejército del Noroeste, ascendiendo a teniente de caballería. Al finalizar la Revolución,  Emilio Nakahara fue reconocido como sargento segundo y Antonio Yamane como capitán primero del Ejército Constitucionalista de Carranza.

La historia de Kingo Nonaka como parte del ejercito villista está muy bien documentada por su hijo, Genaro Nonaka. 2 Este emigrante llegó  a México cuando contaba con sólo 16 años de edad, en compañía de su tío, procedente de la prefectura de Fukuoka en el año de 1906. El tío de Kingo desgraciadamente fallecería a los meses de haber llegado a consecuencia del paludismo. Ante esta situación, Nonaka y un grupo de emigrantes se dirigieron al norte de México a Ciudad Juárez donde Nonaka ingresó al Hospital Civil de esa ciudad y ascendió como ayudante de enfermería.

En marzo del año de 1911, cuando Nonaka fue a visitar a uno de sus paisanos que radicaba cerca del poblado de Casas Grandes, se desató una refriega entre el ejército federal y las fuerzas de Francisco I. Madero. En la misma, Madero fue herido por una esquirla de granada y fue Kingo el que curó la misma. Posteriormente  Nonaka participó en la toma de Ciudad Juárez en mayo de ese año, batalla en la que fueron derrotadas las fuerzas federales y marcaron el momento de abdicación de Porfirio Díaz y el ascenso de Madero como presidente de México.

Nonaka acompañaría a Villa durante toda su campaña por el norte del país para recuperar las ciudades que se encontraban en manos de las fuerzas leales al usurpador Victoriano Huerta quien asesinó al presidente electo Madero. Kingo, nombrado capitán primero, fue entonces testigo de las más importantes batallas de la famosa División del Norte. En una de las más conocidas fotografías del general Pancho Villa  -que sin duda forman parte del mito que lo rodea hasta nuestros días- Kingo Nonaka se encuentra a su lado, cabalgando la carreta ambulancia en la que transportaba a los heridos.

Los trabajadores emigrantes japoneses formaron parte de tan importante y trascendental etapa de México, sus historias apenas se están recobrando.

Notas

1. Un recuento novelado de la vida de este emigrante y de su hijo, el doctor René Tanaka, se puede encontrar en la novela de Cecilia Reyes  “La gallina azul”, Editorial Ítaca, 2014.

2. Ver su interesante historia en “Kingo Nonaka, Andanzas Revolucionarias”, Editorial Artificios, 1914.