La búsqueda de la "Ciudad de oro": millones de aventureros y conquistadores dispuestos a sacrificar absolutamente todo

El oro, desde tiempos remotos, ha sido anhelado por todos. En la antigüedad, algunos hombres creían que si sus alimentos eran servidos en platos de este metal precioso podrían prolongar su tiempo de vida y su juventud. También en la etapa de la peste negra que arrasó a Europa durante el siglo XIV, los sabios alquimistas llegaron a creer que podían curar enfermos alimentándolos con pequeñas cantidades de oro finamente pulverizadas.

00061403-original.jpeg

Nariguera de forma compuesta. Región Calima-Malagana – Periodo Yotoco 200 a.C. – 1300 d.C. Martillado.

Oro de Colombia brilla en el Museo de las Culturas

En la muestra se da a conocer el desarrollo de la metalurgia de los antiguos habitantes de Colombia, logrado en dos mil años (500 a.C. a 1500 d.C.).

Antiguas sociedades de orfebres

De acuerdo con el investigador Roberto Lleras Pérez, del Museo del Oro del Banco de la República de Colombia, las investigaciones arqueológicas llevan a pensar que en América la metalurgia fue descubierta en la sierra central del Perú hace 35 siglos. Aparentemente la tradición fue asimilada de manera gradual por las culturas más desarrolladas del norte del país andino y de Ecuador, y posteriormente se difundió a la costa pacífica sur de Colombia. Los vínculos con la región de los Andes Centrales se mantuvieron en el sur de Colombia con gran fuerza hasta la llegada de los conquistadores europeos.

En los Andes de Nariño (suroeste de Colombia), explica Lleras, la metalurgia muestra un especializado manejo de las aleaciones de oro y cobre (tumbaga), el tratamiento zonificado de superficies y el uso de motivos geométricos similares a los encontrados en el norte de Perú y Ecuador.

El especialista detalla que “en el lapso de dos mil años, comprendidos entre el 500 a.C. y la conquista española (1,500 d.C.), la metalurgia floreció en el actual territorio de Colombia como en pocas regiones del mundo en época alguna”.

En el área andina y en los litorales del Caribe y Pacífico surgieron cerca de una docena de estilos diferentes, se elaboraron miles de piezas de adorno y de ofrenda con las más variadas representaciones de hombres, animales y figuras geométricas, y se combinaron técnicas complejas sobre diferentes aleaciones. El resultado, en términos estéticos, es sorprendente. El diseño de las figuras humanas y animales, la composición, el equilibrio y el manejo de los colores le confieren a estos objetos un lugar destacado en el arte universal, destaca Roberto Lleras.

Es sabido que El Dorado no existe y nunca existió; sin embargo el antropólogo Carl Langebaek afirma que quizás no con murallas y calles de oro, pero que El Dorado se materializó en esos miles de lingotes amarillos y plateados, y en las muchas toneladas de perlas y piedras preciosas que cambiaron la historia de Europa, al ser éstas utilizadas en la construcción de sus más grandes ciudades y templos.

Hoy día —dice Langebaek—, El Dorado sigue presente en toda la maravillosa biodiversidad que alberga América Latina.

El valioso metal se ha empleado como símbolo de pureza, valor y realeza por sus propiedades físicas, ya que es blando, brillante, maleable y dúctil. La ambición por conseguirlo ha destruido culturas y movilizado naciones.

Desde la llegada de Cristóbal Colón a las Antillas en el siglo XV, la Fiebre del Oro en Europa se convirtió en una obsesión, pues a pesar de la poca cantidad de metal con que contaban las culturas de dicha región, Colón escribía cartas a España en las que describía lo contrario. “Hay tanto oro que se puede utilizar para sustentar las cruzadas”, decía.

Unos por la codicia y otros por la aventura, cada vez fueron más los españoles que se embarcaron a América. En tanto que los nativos, percatándose del interés de los europeos por el oro, comenzaron a narrar historias sobre un lugar misterioso, más allá del mar, que albergaba ríos, montes y calles doradas, protegido por grandes murallas del mismo tono.

A su vez, esas historias alimentaron el deseo de un vasto número de españoles, que sin dudar fueron hasta las últimas consecuencias para encontrar esa mítica ciudad. Incluso la Corona española promulgó una serie de capitulaciones que autorizaron el “rescate” del oro en las nuevas tierras, justificando todo tipo de saqueos con la intención de encontrar la fuente de tantas riquezas.

La búsqueda de El Dorado fue un mito que se desplazó de norte a sur por el continente americano, atrayendo a millones de aventureros y conquistadores dispuestos a sacrificar absolutamente todo por encontrar la tan anhelada ciudad.

No fue sino hasta el siglo XIX -cuando el explorador alemán Alexander Von Humboldt recorrió las selvas colombianas-, que se llegó a la conclusión de que era imposible la existencia de una ciudad de oro; sin embargo, el deseo y la codicia de los españoles por el metal cobró numerosas vidas y terminó destruyendo piezas de la orfebrería colombiana.

Francisco Pizarro y Diego de Almagro fueron los primeros en encaminarse hacia el Sur del continente, donde los nativos les contaron de la existencia de un cacique inca llamado Atahualpa, soberano de un gran imperio y poseedor de grandes cantidades del metal amarillo. Una vez en tierras incas, los españoles secuestraron a Atahualpa y a cambio de su vida pidieron el equivalente a un cuarto lleno de oro. El botín fue entregado y el cacique asesinado, marcando así el fin del imperio inca.

Después los conquistadores hicieron contacto con la cultura tairona, que habitaba al norte de la Sierra Nevada de Santa Marta. Los indígenas de esa región creaban pequeñas figuras de oro con la técnica conocida como cera perdida, que consiste en hacer moldes de cera en los que el orfebre vierte oro líquido y espera a que se solidifique para finalmente romper el molde y obtener la figura deseada. Los españoles destruyeron gran parte de la orfebrería tairona, fundiéndola.

Para facilitar la búsqueda de más oro, en 1533 los españoles fundaron Cartagena, desde donde se desplazaron sin dificultad a zonas cercanas. En su camino, los conquistadores saquearon tumbas donde habían hallado restos humanos cubiertos de máscaras, pectorales, faldas, narigueras y colgantes dorados. En esa época, Europa basaba su sistema social en una economía que se sustentaba en la acumulación de metales preciosos y necesitaba oro para reforzar el poder.

El Indio Dorado

Llegó a oídos de los conquistadores la historia del Indio Dorado, cacique perteneciente a la región de los muiscas, también conocidos como chibchas. La historia cuenta que los chibchas realizaban un rito en el que cubrían a su cacique con polvo muy fino de oro, así lo subían a una balsa, donde le colocaban de pie y le ponían un montón de oro y esmeraldas para que ofreciese a su dios. Luego navegaba por la laguna sagrada de Guatavita y en medio del cuerpo de agua hacía un ofrecimiento arrojando todo el oro y esmeraldas; con la salida del sol, el agua se teñía de amarillo y el reflejo de las piedras preciosas provocaba un brillo.

Los muiscas son un pueblo indígena que habitó el altiplano cundiboyacense. Poseían conocimientos muy avanzados en orfebrería, que empleaban en crear objetos votivos como tributo a sus dioses. Las piezas eran elaboradas a base de oro, pues creían que simbolizaba al sol y su energía. La leyenda contaba que era tal la cantidad de oro en esta zona, que uno de sus rituales consistía en arrojarlo como tributo a una laguna sagrada conocida como la laguna de Guatavita.

Cuando llegaron los primeros conquistadores a la región de los muiscas ya no habían rastros del Indio Dorado, ni del ritual, ni de la balsa adornada con oro y esmeraldas; sin embrago, en el año de 1969, unos agricultores encontraron muy cerca de la laguna, una figura dorada ahora llamada “La balsa muisca”, que ilustra con exactitud la famosa leyenda.

La pequeña balsa se encuentra en el Museo del Banco del Oro de la República de Colombia, en Bogotá. Este museo tiene seis salas permanentes donde exhibe piezas de las culturas prehispánicas de las diferentes regiones donde se desarrolló el arte de la orfebrería.

Hasta el 3 de febrero próximo estarán en México más de 200 de aquellas piezas, que destacan por su delicada manufactura, equilibrio de formas y sentido estético. Los objetos se pueden apreciar en el Museo Nacional de las Culturas, en la exposición Oro, arte prehispánico de Colombia. En la muestra se da a conocer el desarrollo de la metalurgia de los antiguos habitantes de Colombia, logrado en dos mil años (500 a.C. a 1500 d.C.).